Cuando era pequeña la celebración de la navidad era un convivio familiar, regularmente era la cena, un abrazo cálido, uno que otro regalo, y una reflexión del nacimiento del niño Dios.

Hoy es algo que increíblemente se ha comercializado, la gente arrebata los almacenes y pareciera que todo mundo se vuelve loco para comprar y derrochar el dinero.

Las decoraciones, las luces, los desfiles de las ciudades, los fuegos artificiales, los convivios en los trabajos, las reuniones sociales. Y hasta comprar el regalo para aquella persona que no nos cae bien, pero que habrá que regalarle nada más para que no hable mal. Y hay que regalarle a aquella persona que nos hace siempre un regalo y que también es costoso, no vaya ser que se diga que no tengo dinero suficiente para darle algo “bueno”, al jefe habrá que darle algo especial, por si se acuerda de darme algún aumento para el año que viene, a los compañeros de trabajo para que se lleven bien conmigo, los vecinos para que no digan que no me acuerdo de ellos y no me molesten. Y la familia no se puede quedar por fuera, los padres, los hijos, tíos, sobrinos, la pareja en turno y hasta al perrito de la casa.

La preparación de la cena de navidad, tiene que ser especial, y si nos visitan habrá que hacer lo mejor, pues siempre hay que superar el menú del año anterior.

Y es así como empezaremos un año lleno de deudas, el sueldo era el mismo que todos los meses y el gasto superior a todos los meses.

Bien sabemos que no es la fecha del nacimiento de nuestro Señor Jesús, pero es bueno parar un rato toda esta locura y reflexionar un poquito en todo lo que sucedió aquel día. Porque realmente fueron muchos milagros que se dieron y que de tanto que los oímos, nos pasan desapercibidos, y no pensamos en que era todo el cielo dándose al mundo terrestre para ofrecerle salvación. Dios alcanzando al hombre, no el hombre en busca de Dios.

Desde el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista, podemos ver, que cosa tan extraordinaria pasaba en ese momento, era un ángel, y no cualquier ángel, sino el ángel Gabriel, quien es el jefe de los ángeles celestiales, quien anunció su nacimiento a unos ancianos que ya no podían procrear, el nacimiento de un hijo, y que a propósito no iba a ser cualquiera, sería quien prepararía el camino de Jesús para que le siguieran, quién predicaría por años que se arrepintieran porque el reino de Dios se había acercado.

El anuncio del nacimiento de Jesús a una virgen, quien estuvo dispuesta a aceptar tal reto; de llevar en su seno al hijo de Dios, y que en consecuencia a tal situación dudarían de su integridad, y que con el riesgo de ser apedreada; humildemente aceptó que el Espíritu Santo hiciera tal milagro en ella. Que sus brazos imperfectos mecieran al Creador del universo, por eso el mismo ángel le anunció que la llamarían “bienaventurada”.

Y aquel día que naciera el dueño del universo, en un humilde pesebre, apenas envuelto en pañales entre animalitos de un establo, anunciado desde años antes, y que pasara desapercibido ante todo su pueblo, excepto por aquellos que cuidaban ovejas, y miraron una estrella asombrosa indicando un lugar especial. Se imaginan ver un coro de ángeles cantando: “Gloria a Dios en las Alturas y paz a los hombres de Buena Voluntad”.

Los reyes de oriente, que divisando la estrella se percataron del nacimiento del Rey del Universo, llegaron a adorarle. Estos que ni eran judíos, sabían de su nacimiento y ofrecieron regalos a un niño Dios.

Cuánto tiempo esa estrella brilló para anunciar al mundo que entre nosotros estaba el Dios del universo, no lo sabemos.

Pero qué gran anuncio era aquel, el cielo estaba interesado en dejarnos saber que Dios estaba con nosotros, para darnos salvación, para anunciarnos que no estábamos abandonados a nuestra propia suerte. Era el anuncio de un Dios Todopoderoso que nos decía con hechos cuánto nos amaba. Y quería que nos demostráramos amor tal cual El nos lo demostraría, viviendo en amor cada día.

Sí, tenemos un Dios extraordinario, que permitió mostrar al mundo caído al pecado, su amor infinito. Dios mismo se expuso a un mundo, que había creado con amor, y este mundo le maltrató, que le escupió, le vituperó, le condenó y lo mató.
Muchos queremos milagros para creer, pero aunque los tuviéramos enfrente no creeríamos.

El nacimiento de Jesús fue milagroso, su vida fue extraordinaria, su muerte tremendamente dolorosa porque era inocente, su resurrección, majestuosa; pero su segunda venida será gloriosa.

¿Estamos listos para ver otro milagro más?