En su infinito amor Dios, comparte con este mundo la procreación y la bendición de sentir un amor totalmente indescriptible, por un ser totalmente indefenso como lo es un bebé.
Cuando los seres humanos tenemos el privilegio de la paternidad, el amor que se tiene por ese ser es tan grande, que decirlo con palabras no se puede. Pero al mismo tiempo puedes entender en una pequeña parte, como es el gran e inmensurable amor divino.
Desde el momento en que te anuncian que estas esperando bebé, a pesar, de ser microscópico, te sientes feliz y con toda emoción lo anuncias al mundo entero.
No hay nada como ver crecer un vientre materno y saber que en ella se lleva la vida y la bendición de Dios.
Con felicidad se buscan las cosas que harán de ese niño o niña un lugar agradable para vivir. Y cuando nacen, sabes perfectamente que por muy difícil que haya sido el parto, lo importante es que llegó el ser, que te inundará de amor, y será el motor que impulse tu vida a seguir adelante.
No importa cuál será estatura, no importa cuál es el color de su cabello o de sus ojos. Lo importante es que es un ser que miraremos hermoso siempre.
No importan los desvelos, los enojos que pasaremos, no importan los malos momentos que pasaremos, Dios nos da la fuerza para seguir amándolos.
Cuando se tiene a un hijo entre los brazos, es la bendición más grande que podamos recibir, y sea este pequeño o grande, es la sensación más pura de amor que se puede sentir. Y la que se extraña cuando ya no están en el nido.
Cuando levantas a tu hijito caído y curas sus heridas con tanto amor, ese mismo amor tiene uno para aquel hijo que se equivoca, cae profundo pero pide ayuda para levantarse.
Aquella felicidad que sientes cuando tu hijo extiende sus pequeños bracitos para pedir que le cargues, es la misma felicidad que sientes cuando extiende los brazos en forma de triunfo, cada vez que logra algo que se ha propuesto.
Cuánta felicidad te da saber que tu hijo te da un abrazo y te dice que te ama, sientes que tu corazón palpita con propósito. Sientes que no ha sido en vana la vida.
¡Qué privilegio tan grande nos da nuestro Dios al tener hijos! ¡Qué herencia más grande! ¡Qué amor tan entrañable! ¡Qué bendición tan estupenda!
Gracias Padre bello por el privilegio de la paternidad. Porque en ello se demuestra que tu amor no tiene ni principio ni final. Es como Tú eres, eterno.
Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres: pero el mayor de ellos es el AMOR. (1 Corintios 13:13).