English version below

Eric es una persona que sufre de estrés. Mucho estrés, según él. Es un fiel miembro de la iglesia, asiste cada sábado y le gusta colaborar. Sin embargo, es conocido por no querer comprometerse. Su frase, muy repetida y aprendida es: Si puedo, les ayudo con gusto. A mí me gusta ayudar, pero no me pongan a cargo, porque estoy con muchas cosas, y si me estreso mucho no sirvo para nada. 

Llegaron los nombramientos de los nuevos líderes de la iglesia. Con los dones y capacidades que tiene Eric para hablar en público, para organizar y para la música, su nombre aparecía casi en cada lista. Sin embargo, él ya se había adelantado. Había indagado quienes estarían en la Comisión de Nombramiento y, a través de algunos de los miembros, había dado la advertencia: No me elijan porque no voy a aceptar. La curiosidad por entender porqué alguien a quien le gustaba colaborar y tenía tantos dones, no aceptaba ninguna responsabilidad, me llevó a aprender una de las lecciones más importantes de mi ministerio.

 

Hice una cita con Eric. Oramos al comenzar, e inmediatamente, al finalizar la oración, Eric dijo: No me presione, pastor, porque no voy a aceptar ningún cargo. Yo le respondí: No quiero que tomes ningún cargo o responsabilidad, no quiero que aumente tu estrés. Y con una mirada de suspenso, sentado en la oficina pastoral de la iglesia, tomé un papel y un lápiz, mientras pregunté: ¿Puedo saber cómo es tu vida en una semana regular? ¿Qué haces en tu trabajo y qué cosas te causan tanto estrés? 

 

En mi mente, la solución era reducir su nivel de estrés semanal para poder agregarle algo el fin de semana, con alguna responsabilidad en la iglesia. Pensemos en el estrés como gasto de dinero. Todos tenemos un presupuesto y cierta cantidad de dinero para repartir entre renta, pagos de tarjetas, combustible, teléfono, etc. Si alguien que trabaja y gana suficiente no tiene dinero para poner una ofrenda en la iglesia o para ayudar a un necesitado, es posible que lo esté administrando mal. En ese sentido pensé: Eric no está administrando su resistencia al estrés en forma adecuada. Está gastando mucho en cosas que tal vez no son necesarias y no le queda nada para entregar al Señor. Me equivoqué. No era el caso.

 

Eric comenzó a describirme detalladamente en qué consistía su vida diaria y cómo todo aquello hacía que sufra dolores de cabeza y, en ocasiones, gastritis estomacales e insomnio en las noches. Pero su vida era muy sencilla y el estrés con el que él debía cargar no llegaba ni al diez por ciento de lo que yo cargaba semanalmente. Esto me sorprendió. Confieso que sentí un poco de envidia por lo sencilla y fácil que resultaba su vida. Sin embargo, allí estaba sentado frente a mí con mucho estrés. Por primera vez comprendí algo que tal vez usted, mi querido lector, lo haya descubierto mucho antes que yo. Comprendí que muchas veces no se trata del peso de la carga, sino de las fuerzas de quien la levanta.

 

Digamos que yo le pido a usted que me ayude, levantando mi carro con sus dos manos, mientras yo quito una rueda pinchada y le coloco la rueda de auxilio. ¿Qué me diría usted? “No puedo hacer eso, porque lastimaría mi espalda”. Eso es lógico, cualquiera que quiera levantar un carro con sus manos se va a lastimar. Pero supongamos que usted me pide que le ayude moviendo una silla de lugar y yo le digo: No puedo hacer eso porque me voy a lastimar mi espalda. Es probable que usted me pregunte si sufro de alguna dolencia o he sido operado, o cuál es el motivo por el cual el peso de una silla puede lastimar mi espalda. Entonces yo le respondo: “No, mi espalda está bien, no tengo nada, pero no puedo levantar mucho peso porque me puedo lastimar, ya me ha pasado antes”. Las sillas están diseñadas para que cualquier persona pueda levantarlas y moverlas de un lugar a otro. Si alguien no puede hacerlo no es porque sean pesadas. Lo que intento decir es que el problema no es el peso de la silla sino una espalda débil. En tal caso, la persona no debería renunciar a levantar una silla de por vida, sino que tendría que buscar ayuda y hacer los ejercicios adecuados para poder fortalecer su espalda y cargar con más peso sin riesgo de lastimarse.

 

Con el estrés sucede lo mismo. El estrés determina la cantidad de peso mental y emocional que una persona puede cargar sin lastimarse. Esa capacidad de carga es un recurso que debemos administrar como mayordomos. Eric no tenía una vida sobrecargada. Al contrario, su vida era menos estresante que la de un niño en la escuela primaria. El problema de Eric era “una espalda débil” que debía ejercitarse y fortalecerse. 

 

¿Cómo podemos fortalecer nuestra capacidad de sobrellevar las cargas de esta vida? Crear músculos emocionales y mentales para hacer frente a situaciones de estrés es parte de nuestra mayordomía como hijos de Dios. Veamos 4 simples consejos:

 

  1. Identifique y haga una lista de situaciones que le causan mucho estrés y analice si es normal que esa cantidad de peso le esté “lastimando o cansando su espalda”
  2. Con oración, pídale ayuda a Dios para evaluar cuáles son las cargas que El quiere que usted soporte y cuáles habrá que dejarlas al costado del camino. Por ejemplo: A mí me causan estrés las deudas, por lo tanto, antes de comprar algo, me pregunto si lo necesito realmente y procuro ahorrar y tener el dinero antes de comprarlo. 
  3. Recuerde que habrá cargas que no podrá evitar, como el duelo por la muerte de un ser amado, o una pandemia, o las guerras y los rumores de guerras. Para sobrellevar mejor esas cargas, es necesario poner nuestra vista en los asuntos eternos (2 Corintios 4:18). Cuando lea su Biblia marque en ella las promesas que Dios hace para enfrentar mejor esas cargas, medite en ellas y confíe en Dios.
  4. Busque ayuda profesional y psicológica para entender por qué situaciones simples lo doblegan.

 

Seamos diligentes mayordomos al fortalecer los músculos cerebrales para sobrellevar en paz la carga de cada día.

 

Written by Elder Alejandro Dovald, Associate Ministerial Director and Hispanic Ministries director for the Kansas-

Nebraska Conference.

 

ENGLISH VERSION

Muscles in the Brain

Eric is a person who suffers from stress. A lot of stress, according to him. He is a faithful member of the church, he attends every Saturday and he likes to collaborate. However, he is known for not wanting to commit. His phrase, much repeated and learned is, “If I can, I’ll gladly help you. I like to help, but don’t put me in charge, because I’m dealing with a lot of things, and if I get stressed out I’m useless.”

 

The appointments of the new leaders of the church arrived. With Eric’s gifts and abilities in public speaking, organizing and music, his name appeared on almost every list. However, he had already gotten ahead of himself. He had investigated who would be on the Appointment Committee and, through some of the members, he had given the warning: Do not elect me because I will not accept. The curiosity to understand why someone who liked to collaborate and had so many gifts, did not accept any responsibility, led me to learn one of the most important lessons of my ministry.

 

I made an appointment with Eric. We prayed at the beginning, and immediately at the end of the prayer, Eric said: Don’t push me, pastor, because I’m not going to accept any position. I replied, “I don’t want you to take on any position or responsibility, I don’t want your stress to increase.” And with a look of suspense, sitting in the pastoral office of the church, I took out paper and a pencil, while I asked, “May I know what your life is like in a regular week? What do you do at work and what things cause you so much stress?”

 

In my mind, the solution was to reduce his weekly stress level so he could add to it on the weekend, with some responsibility at church. Let’s think of stress as spending money. We all have a budget and a certain amount of money to distribute between rent, card payments, fuel, telephone, etc. If someone who works and earns enough does not have money to put an offering in the church or to help someone in need, it is possible that they are mismanaging it. In that sense I thought Eric is not managing his resistance to stress properly. He is spending a lot of time on things that may not be necessary and as a result has nothing left to give to the Lord. I was wrong. That was not the case.

 

Eric began to describe to me in detail what his daily life consisted of and how all this caused him to suffer from headaches and sometimes stomach gastritis and insomnia at night. But his life was very simple and the stress he had to carry was not even ten percent of what I carried weekly. This surprised me. I confess that I felt a little envious of how simple and easy his life was. However, there he was sitting in front of me with a lot of stress. For the first time I understood something that perhaps you, my dear reader, discovered long before I did. I understood that many times it is not about the weight of the load, but about the strength of the person who lifts it.

 

Let’s say I ask you to help me, lifting my car with your two hands, while I remove a flat tire and put on the spare tire. What would you tell me? “I can’t do that, because it would hurt my back.” That’s logical, anyone who wants to lift a car with their hands is going to get hurt. But suppose you ask me to help you move a chair around and I tell you: I can’t do that because I’m going to hurt my back. You may be asking me if I have any ailments or have had surgery, or why the weight of a chair can hurt my back. So I answer: “No, my back is fine, I have nothing, but I can’t lift much weight because I could hurt myself, it’s happened to me before”. The chairs are designed so that anyone can pick them up and move them from one place to another. If someone can’t do it, it’s not because they’re heavy. What I am trying to say is that the problem is not the weight of the chair but a weak back. In such a case, the person should not give up lifting a chair for life, but should seek help and do the appropriate exercises to be able to strengthen their back and carry more weight without the risk of injuring themselves.

 

The same thing happens with stress. Stress determines the amount of mental and emotional weight a person can carry without getting hurt. That carrying capacity is a resource that we must manage as stewards. Eric did not have an overloaded life. On the contrary, his life was less stressful than that of a child in elementary school. Eric’s problem was “a weak back” that needed to be exercised and strengthened.

 

How can we strengthen our ability to bear the burdens of this life? Building emotional and mental muscles to deal with stressful situations is part of our stewardship as children of God. Let’s look at 4 simple tips:

  1. Identify and make a list of situations that cause you a lot of stress and analyze if it is normal for that amount of weight to be “hurting or tiring your back”
  2. Prayerfully ask God to help you assess which burdens He wants you to bear and which ones should be left by the wayside. For example: Debt causes me stress, so before I buy something, I ask myself if I really need it and try to save and have the money before I buy it.
  3. Remember that there will be burdens that you cannot avoid, such as grieving the death of a loved one, or a pandemic, or wars and rumors of wars. To better bear those burdens, we need to set our sights on eternal matters (2 Corinthians 4:18). When you read your Bible, mark in it the promises that God makes to better face those burdens, meditate on them and trust God.
  4. Seek professional and psychological help to understand why simple situations bring you down.

 

Let us be diligent stewards by strengthening the brain muscles to carry the burden of each day in peace.